¡Pensativa deidad! ¡cómo diviso
tras ese velo de dolor amable
que tu semblante angelical esconde,
la adorable expresión de tu dulzura,
el suave brillo de tus ojos tristes,
tu mirada dulcísima y sombría
y en tu sonrisa compasiva y pura
la celeste bondad. ¡Melancolía!
¡Virgen que bajas de la luna triste,
y que llevas, con lágrimas del cielo
humedecidas las pupilas bellas!
en todas partes pálida te miro,
en el aire, en el éter, en el suelo,
entre las sombras de la noche grave,
en la luz de la luna, en las estrellas,
del viento gemebundo en el suspiro,
en el cantar armónico del ave,
y más que en todo, en la callada hora
en que el sol va ocultando sus fulgores
cuando plegan los céfiros sus alas
y bajan a dormir sobre las flores.
¡Es tan hermoso ver bañado el pecho
de blanda y celestial melancolía,
eclipsarse del sol el rayo de oro
con el postrer crepúsculo del día!
¡Es tan dulce mirar cómo derrama
allá en la cumbre de elevada sierra,
el genio grave de la noche augusta
su cabellera azul sobre la tierra!
¡Es tan grato mirar en el silencio
y en la tranquila soledad del campo
cómo destila en luminosas hebras,
rasgando los blanquísimos celajes,
su luz de perla la callada luna
entre el húmedo azul de los ramajes!
Tú respiras allí, Melancolía,
allí en silencio meditando vagas
y derramando por doquier que flotas,
dulce, embelesadora poesía,
en vago encanto el corazón embriagas.
En esa hora de quietud inerme
en el trémulo rayo de la luna
bajas del cielo blanca y fugitiva,
y en el aire que duerme,
velada por la sombra que en tu rostro
las alas de los ángeles esparcen,
te meces vaporosa y pensativa.
Y yo sigo tu vuelo entristecido,
porque tú sabes suavizar las penas
y del doliente corazón herido
los sufrimientos y el dolor serenas.
¡Oh Virgen ideal! ¡Melancolía!
en tu santa y poética tristeza
pueda siempre decir en lo futuro
mientras doblo en tu seno mi cabeza
y descienden las gotas de mi llanto:
“de la amable ilusión perdí el encanto,
pero hallé de la paz el bien seguro.”