Luisa Pérez de Zambrana

A mi esposo

Dulce rayo de sol, que sorprendida
a mi alcoba de virgen tan querida
vi llegar una vez.
Y entrando con amor por mi ventana
me hablaste dulcemente de la Habana
y me hablaste de él.
 
Tú que alumbraste la mañana suave
en que, más tarde, con ternura grave
me condujo al altar
Tú que con majestad noble y sencilla
lo viste, conmovido, la rodilla
a mi lado doblar.
 
Dile como la joven temblorosa
que el ara santa consagró su esposa,
le ama, le adora hoy.
Dile con letras de tu lumbre bella,
que soy el alma soñadora aquella
que de lejos amó.
 
Dile también, como llorar me viste,
cuando partió del Norte helado y triste
a la hermosa región.
Y mi acerbo dolor y mi tristeza
cuando atrajo a su seno mi cabeza
para decirme adiós.
 
Dile que si las nubes por las lomas
enseñaban como alas de paloma
sus contornos de tul:
yo soñaba, de acá, que estaba viendo
su anhelado bajel que iba saliendo
del horizonte azul.
 
Y dile ¡oh rayo pálido y brillante!
a su alma melancólica y amante
y llena de inquietud,
que le amo tierna, con serena calma
y que este dulce amor late en mi alma
como un vaso de luz.
 
Y cuando deje de latir mi pecho
aún bajo las cortinas de mi lecho
gemirá mi laúd,
diciendo enternecido todavía
—para ti es esta triste melodía
de amor y de virtud.—
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