La golondrina mansa del recuerdo
se ha posado en mi torre de poeta.
Viene de las difuntas lejanías...
Del lado allá de las aradas sendas...
Del sequedal escueto del olvido...
De ti, La amada de una noche bella...
¡Aquella noche! ... La montaña. El valle...
La echadez de la casa solariega,
serenamente asida y aclocada
sobre las siete vacas de la hacienda...
La sedante humedad de la mullida
alfombra de cojitre y hojas secas
bajo el parido cafetal del fundo
combado en la hinchazón de la ladera..
El mudo cucuyear de los bohíos
pegados a los pechos de la sierra...
Los misteriosos untos de la noche:
quietud, silencio, soledad, tinieblas,
imprimando los tintes de la hora...
Cielo arriba, La bruma cenicienta
acochando los rucios recentales
que se maman La miel de las estrellas...
Abajo, en el zigzag de La quebrada,
el arroyuelo de agua montañesa
rozando melodías al cimbrearse
en arcos de violín sobre las peñas...
La vieja letanía del camino,
rezada en el rosario de sus piedras,
en el ora pro nobis del que parte
y el miserere nobis del que llega...
El efusivo perro que atizaba
la risa de su cola zalamera,
trasegando en la taza de tu mano
la humedad de su hocico y de su lengua...
La herida ave de lejana copla
que venía volando en una décima
y murió al arribar en nuestro abrazo
y en nuestro abrazo la apretamos muerta...
Y la invasora abeja del deseo
zumbando en el panal de tu inocencia...
Y el beso que rozó mudo tus labios
y estalló en la más honda de tus venas.
Todo el poema de la noche virgen
en que te amé bajo sus gasas trémulas,
la golondrina mansa del recuerdo
lo abre hoy en mi torre de poeta
y revuela en la torre un azul soplo
que la destelaraña y la despierta...