luis barreda

La Fábrica de Los Espejos Rotos

La Fábrica de los Espejos Rotos
 
En la fábrica de sueños
donde el reloj nunca para,
se vende pan con impuestos
y el jefe compra Bahamas.
 
Trabajas ocho horas diarias,
sudando la camiseta,
pero al final de la semana
tu sueldo es una pirueta.
 
—¿Dónde está lo que produje?
—pregunta el hambre en la mesa.
—Lo llaman *ganancia justa*...
—responde el banco con premisa.
 
El patrón no pone ladrillos,
ni arriesga su espalda al sol,
pero llega con corbata
a cobrar su porción de pan.
 
Te dicen que es *invertir*,
que es ley de la jungla urbana:
si el león come primero,
¿por qué su melena es ganancia?
 
La casa que construiste
tiene dueño en otro país,
y el alquiler de tu esfuerzo
se lo lleva un paraíso fiscal.
 
El supermercado sube,
el salario se estira en vano:
—¿Por qué la comida cuesta
más que el sudor de tu mano?
 
Los bancos juegan monopoly
con tu vida y tu futuro:
hipotecan tu cama vacía
y apuestan con tu seguro.
 
Te venden aire en botella
y calles con peaje al cielo,
mientras el rico en su yate
te llama *holgazán* por el suelo.
 
—Es la ley del más listo—
repiten como letanía,
pero cuando el pobre roba
la cárcel no tiene alfombra roja.
 
¿Mérito? Puro teatro:
nadie es rico por sudor,
sino por herencia oscura
o por explotar el sudor ajeno.
 
La plusvalía es un fantasma
que vive en tu nómina escueta,
un ladrón con traje fino
que te roba sin pistola.
 
Y si protestas, te acusan
de querer *matar el progreso*,
como si progreso fuera
tener cinco dueños del mundo.
 
Algo huele a podrido
cuando el pan es de oro puro,
cuando el agua tiene dueño
y el sol cobra por alumbrar.
 
Pero la fábrica sigue,
sus engranajes no paran:
tú pones el hueso duro,
ellos se llevan el filete.
 
¿Hasta cuándo? Nadie sabe...
Pero el pueblo tiene memoria:
las grietas de los espejos
también reflejan rebeldía.
 
La historia no termina aquí,
—oye bien esta advertencia—:
hasta el saqueo más fino
se ahoga en marea de conciencia.
 
—Luis Barreda/LAB

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