Mi memoria empieza en el primero de mi concepción, donde los golpes hoy son vestigios y los gritos los últimos testigos.
Los años avanzaron sin prisa ni cautela, aprendí que el tiempo no espera, al tiempo no le importa si naciste listo o defectuoso, nunca guarda reposo.
Yo era diferente y no el sentido de hacerme único. Enfermo y delicado; llorón y maltratado.
Unos ojos carmesí, cabellos dorados que fueron quemados y piel blanca; lienzo pintado de morado.
La soledad fue mi compañera pero no mi amiga, un niño jamás entenderá porque estaría mal hablar y aún así, había épocas donde me olvidaba de mi propia voz.
Aprendí qué significaba amigos por medio de la televisión, no por salir y ver un grupo de 3 esperándome cada atardecer.
Mi vida hasta los 13 no fue una historia agradable ni una de superación; fue de ignorancia y soledad immensa.
Todos tenían algo que yo no, eran niños normales y yo me sentía un error grave.
A veces, me sentía tan solo, que quería morir.
Y todo cambió en una tarde, en una calle, en unos ojos cafés que nunca olvidaré.
Mi primer amigo.