Excedido en sus ámbitos,
más allá de los cálculos que hicieron de él los dioses,
D. Quijote es el mismo.
Vuelve, repunta su faz y estridentes
emociones le saltan de los ojos...
[Una voz:]
—Don Quijote, ¡ven!,
que trabajas
y al final del encargo te escatiman la paga...
[Otra voz:]
—Don Quijote, ¡vete!,
que les pagas,
te toman el dinero y no cumplen la jornada...
[Otra voz:]
—Don Quijote, ¡ven!,
¡pronto!, ¡enfila!;
el mundo que cojeaba volteó patas arriba...
[Otra voz:]
—Don Quijote, ¡vete!,
ya de sobra
tendrás cuando te arranquen el santo y la limosna.
[Otra voz:]
—Don Quijote, ¡ven!,
que nos falta
el desprendimiento altruista de tu espada.
[Otra voz:]
—Don Quijote, ¡vete!,
que la espada,
alegado un gravamen, te incautan las aduanas...
[Quien refiere esta historia meramente pasaba,
caballero en el instante...
Miré y no dije nada].