El niño ceguezuelo
adormeciose un día
en el recinto oscuro
de los bosques del Ida.
Venus temor concibe
al ver que no volvía
de tan largo reposo,
que al de la muerte imita.
Y en lágrimas hermosas
bañando las mejillas,
al Padre omnipotente
su dolor comunica.
Jove, que tanta pena
mitigar determina,
a los Dioses consulta
que en el Olimpo habitan.
Y viendo que en opuestas
opiniones vacilan,
al medio menos tardo
su decisión inclina.
Manda que al bosque umbroso
donde el Amor dormía
vayan los celos tristes,
y en torno de él asistan.
Parten ellos veloces,
y al rumor que traían
de su letargo vuelve
el niño de Ericina.
¡Mas ay!, que desde entonces
perdió su paz tranquila,
y nunca el dulce sueño
sus párpados visita.