Julio Zaldumbide Gangotena

El arroyuelo

Arroyuelo que deslizas
tu cristal en la pradera,
tu corriente vocinglera
voy siguiendo con placer:
notando voy en tu curso
la variedad inconstante,
en esto tan semejante
a cuanto fue y ha de ser.
 
 
De las cosas de la vida
es imagen tu carrera,
que así mudan de manera
como tú de dirección;
y por esta semejanza,
al contemplar tu onda fría,
no sé si melancolía
siente, o gozo el corazón.
 
 
¡Cuántos sitios diferentes
conociendo vas al paso!
Este herboso, ese otro raso;
un florido, otro sin flor.
Ya en el llano corres fácil,
ya atraviesas matorrales,
o ya lanzas tus raudales
por pendientes de verdor.
 
 
Ya aquí te miro sereno
lamer la margen callado,
y quedar como encantado
en un éxtasis de paz;
copiando en tu seno puro
el profundo y azul cielo,
y un sauce mecido al vuelo
de los céfiros, fugaz.
 
 
Y «así es», me digo pasando,
«así es el hombre que sueña
con la esperanza risueña
en el seno del amor;
de la ilusión la aérea sombra
refleja su mente en calma,
y un cielo tiene en el alma
de mágico resplandor».
 
 
Borbollas en cavidades,
te dilatas con reposo,
o maldices y furioso
de estrechas márgenes vas.
Ya encuentras campo de flores,
¡y es de ver cómo allí giras,
cuál te aduermes y suspiras
por no salir dél jamás!
 
 
Bien haces, dulce arroyuelo:
breves los dichosos, largos
son los instantes amargos
que tenemos que pasar.
¡Qué bien entiendes y sabes
que la ventura en la vida
ha de llorarla perdida
quien no la supo gozar!
 
 
Bien haces en detenerte
en este sitio florido;
antes te veas sumido
que dél intentes salir.
Así pienso yo, arroyuelo,
que en la edad de los amores,
pues es la edad de las flores,
debiera el hombre morir...
 
 
¡Cómo te dilatas manso,
y enamorado murmuras,
músico de notas puras,
entre una y otra flor!
¡Qué artificioso revuelves
y formas remansos bellos,
porque se retrate en ellos
su hermosura y esplendor!
 
 
Si de alguna flor consigues
inclinarla a tu corriente,
la besas la dulce frente
una y otra, y otra vez;
mas de aquella que no inclinas
trepar por el tallo intentas,
y con suspiros lamentas
tu impotencia y su esquivez.
 
 
Así el trovador al pie
del castillo en donde mora
la dama a quien enamora,
suspira en trovas de amor;
mas ella ingrata y esquiva
acaso en la alta ventana,
escucha el cantar ufana,
pero burla del cantor...
 
 
Si de la flor que te burla
el viento arranca una hoja,
y a tu corriente la arroja,
ufano con ella estás;
¡y es de ver cómo festivo
en remolino la llevas!
Ya la hundes, ya la elevas,
y huyendo con ella vas...
 
 
Mas ¿a dónde, infeliz, huyes?
Vuelve a tu sitio florido,
que le llorarás perdido
cuando no puedas volver.
La pendiente te arrebata,
te cupo infeliz destino,
pues él te traza el camino
que tú no puedes torcer.
 
 
Un luengo y lóbrego caño
a poco que andas te encierra,
y te lleva bajo tierra
a muy distante lugar.
Correrás siempre adelante,
arroyuelo malhadado,
por la pendiente arrastrado
hasta arrojarte en el mar.
 
 
Quizás de arroyuelo claro
turbio torrente furioso
que nunca encuentra reposo,
andando te tornarás;
y entonces de aqueste humilde
sitio de flores vestido,
donde corriste adormido,
con dolor te acordarás.
 
 
Así al mortal el destino
le arrebata en su camino
malhadado,
y pasa la edad de amores,
cual tú pasas el de flores,
sitio alegre y regalado;
 
 
y sigue y es sin piedad,
de una edad en otra edad
impelido,
sin hallar nunca reposo,
como tú, cuando en furioso
torrente vas convertido.
 
 
Te arrastra a ti el desnivel,
la mano imperiosa, a él,
de la suerte;
y, cual tú en brazos del mar,
él, a la fin, va a parar
en los brazos de la muerte.

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