Julio Zaldumbide Gangotena

La estrella de la tarde

I
 
¡Salud, oh estrella de la tarde!, rosa
del jardín del crepúsculo brotada;
¡salud, estrella de la tarde!, hermosa
cual virgen al festín aparejada.
 
¡Estrella del amor!, cuando te miro
brillar entre las sombras ¿por qué, dime,
triste mi corazón lanza un suspiro
y un ansia vaga de llorar me oprime?
 
¿Por qué tu puro rayo me estremece?...
¿Por qué, oh Natura, si tus cuadros veo
a esta hora melancólica, padece
mi alma, mecida en triste devaneo?
 
¡Vaga tristeza! ¡Envuélveme en tu velo!
Guía mis pasos por la hojosa alfombra
de estos hermosos árboles; anhelo
sólo silencio, soledad y sombra...
 
La dulce sombra de mi amada, a solas,
vendrá tal vez a suspirar conmigo,
junto a este río de dormidas olas,
de los placeres de los dos testigo.
 
 
II
 
Era la tarde. Aquí bajo estos sauces,
sentado al margen de este mismo río,
yo te miraba, estrella, en el sombrío
crepúsculo brillar.
 
El agua en su cristal te reflejaba
y corría con plácido murmullo;
de la tórtola oía el blando arrullo
del aura el suspirar.
 
Y yo esperaba con el alma triste,
inquieto el corazón y palpitante;
atento oyendo de la brisa errante
el más leve rumor;
 
y al fin de tantas, tan amargas horas
de vano padecer y ansiar penoso,
¡ay! esperaba el término dichoso
de mi acerbo dolor.
 
La sombra del cuidado, de mi frente,
al escuchar tu voz desparecía,
a tu celeste aparición latía
mi amante corazón.
 
La esperanza que el pecho me agitaba
se exhaló al aire en canto melodioso;
mi lira resonó con vagaroso,
melancólico son.
 
III
 
Cual sílfide ligera que del prado
no huella con sus pies la leve alfombra,
cual con callado vuelo, entre la sombra
viene un ángel al triste a visitar,
por entre la espesura de ese bosque,
y de la tarde al esplendor de rosa,
ligera y sin rumor, cándida, hermosa,
cuán venturoso, la miré llegar.
 
Después, tú viste, estrella de los cielos...
Mas, ¿quién podrá contar lo que tú viste?
¿Dónde una misteriosa lengua existe
que dé su acento al inefable amor?
¡Ah! ¡si supiera hablar como las auras
que vagan por el aire y se adormecen
en tálamos de flores, o estremecen
los árboles con plácido rumor!
 
Si fuera el ruiseñor enamorado
que cuenta a los rosales sus dolores
que revela a la brisa y a las flores
los ardientes secretos de su amor;
si tuviera la lengua del arroyo
que manso corre por el prado hermoso,
que bulle en los jardines sonoroso,
o salta del marmóreo surtidor.
 
Entonces, al compás de mi arpa triste,
contara mi secreto a las auroras,
a la luna y al sol... a todas horas,
y siempre, siempre con igual fervor.
Mas quede oculto: el sello del silencio
guarde en mi alma el tesoro de ternura;
y cuelgue el arpa aquí de mi ventura...
¡ya el placer, el amor, todo pasó!
 
¡El placer, el amor!... ¡Ah! mi existencia
de nuevo la tristeza martiriza;
esta lágrima, oh Dios, que se desliza
te dice sola lo feliz que fui.
Cuando luce la estrella vespertina,
vuelvo a pensar en mis pasadas glorias
y en la copa feliz de mis memorias
vuelvo a beber el néctar que bebí.

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