Esposa casta, Virgen sin mancilla,
augusta madre e hija de tu Hijo;
de las cosas del mundo maravilla,
del consejo de Dios término fijo.
Tú, de las criaturas soberana,
siendo la más humilde criatura,
ennobleciste la natura humana,
haciendo que su Autor fuese su hechura.
Y por tu alta humildad y tu pureza
al firmamento encima de las nubes,
del suelo, que produjo tu belleza
te alzaron en sus palmas los querubes.
Las estrellas coronan ya tu frente,
son la luna y el sol tu vestidura;
te alzó altares la tierra reverente,
y el cielo se adornó con tu hermosura.
Y allá estás, de los hombres abogada,
del humano dolor aliviadora;
de tu origen mortal nunca olvidada,
entre el cielo y la tierra intercesora.
Nos dejaste en el mundo santo ejemplo
de virtud y dolor; la luz divina
nos nació de tu vientre, que fue templo
de aquel Sol que los soles ilumina.
Humana imperfección divinizaste
en tu humana hermosura inmaculada,
y en la beldad del alma atesoraste
perfección de los cielos humanada.
Nos enseñaste castidad; modelo
de sufrimiento fuiste en la amargura;
eres la luz a un tiempo y el consuelo
de nuestra atribulada vida obscura.
Tú al indocto y al sabio enseñas ciencia,
humildad al soberbio, fe al dudoso,
al malsufrido muestras la paciencia,
y al que padece, galardón glorioso.
Jamás al que te ruega desamparas
ni hay súplica por ti desatendida;
la flor que pone en tus benditas aras
el que te ofrenda, nunca va perdida.
A estos que el mundo llama desdichados,
al pobre humilde, al débil y al que llora;
a los que aquí se ven desheredados,
tú los acoges Madre y protectora:
que los bienes mortales de esta vida
tienen nombre en la eterna diferente,
y tienen otro peso, otra medida
en la balanza de oro de tu mente.
El niño aprende a balbucir tu nombre;
te nombra el moribundo en su agonía;
tu nombre canta el ave y reza el hombre;
suena en el himno angélico: ¡María!
¡Oh Reina del cielo y de la tierra,
fuente viva y perenne de dulzura,
iris de paz en la mundana guerra,
faro y estrella de esta mar obscura!
Flor de la gracia, sol de la pureza,
de la noche mortal triunfante aurora,
de la prole de Adán suma nobleza,
y de la empírea, dulce Emperadora.
Si la virtud te hizo soberana
sobre el hombre y los claros serafines,
si Dios en ti tomó la carne humana,
su designio entendemos y altos fines.
Nos quiso, pues, decir que la lazada
sola que anuda nuestro mundo al cielo,
es la Virtud, en ti representada:
hecho está de sus manos el modelo.
Sigamos, pues, la norma que dejaste:
purifiquémonos, pues pura fuiste;
bendigamos el llanto, pues lloraste,
y esperamos la gloria que tuviste.