Con qué ternura escucha mi oído los adioses
de aquel ayer fragante a niños y manzana.
Era como de mundos naciente la mañana,
en la noche cantaban las angélicas voces.
Todavía me llegan los cereales roces
ascendiendo del surco a la luz meridiana;
copa de ardiente sangre la amapola temprana;
relámpago curvado la luna de las hoces.
Ni la ciudad ambigua ni el filo de los días
harán de ese recuerdo veladas agonías.
El maíz y los pólenes, los higos ya maduros,
todos los años vienen a la sagrada cita.
A la mujer despierta vuelve la Salamita
y jóvenes chispean los minutos oscuros.