Ancho zurrón, ni pan moreno lleva,
ni espiga antigua, ni naranja nueva.
El vacío me hiela, ese vacío
de arenal, de riscal, de seco río.
Y mi laurel ya lejos, y el lucero
ciego, en el cielo de desierto acero.
Sólo en la mano, con salada huella,
me dio la mar una callada estrella.
Ya no tengo más bien ni más fortuna
que la plata sin plata de la luna
y la abeja, la abeja de mi canto
matinal, me traerá sortija, encanto
de oro bermejo, puro y centelleante
para alabar con lengua de diamante.