Bestia celeste, sol que el ojo aduerme
frente a mi casa de boscosa espalda;
laxas están las manos en mi falda
y la cabeza contra el hombro inerme.
Sobre el azur el toro de oro duerme
y aun chispea su ojo de esmeralda,
para la mar que la neblina encalda
y el duende que propicio suele serme.
Queda un rayo de luz en sus pupilas,
menudas, más menudas que las lilas.
Mi soledad en él se regocija
pues lo ama mi amor porque es pequeño
y suele ir a la mansión del sueño
a traerme un ensueño en su vasija.