En su caballo de ligero vidrio
pasa la lluvia de este fin de invierno
y yo siento sus cascos en el sueño
en que de miedo y soledad me ovillo.
Como me faltan los oscuros brillos
de su presencia, se me vuelve eterno
todo minuto del contado infierno
de saber que está lejos y está herido.
Mi amigo el viento juega con espadas
y no quiere escucharme las palabras
mitad de ruegos y mitad de llanto.
¡Quién me le dice. ¡quién! que estoy temblando!
En alta fiebre él duerme acaso, y cuando
abra los ojos no verá mi espanto.