Miguel Merino

CUÁNDO

En cuanto el viejo supo que iba a morir, antes incluso de que nadie lo admitiese, quiso quitarse de en medio, dejar el miserable juego, y así se lo hizo saber a todo aquel que le escuchó, si es que alguien le escuchaba, la mujer, la familia, los amigos, que lo haría él mismo, pero cómo, si nadie le ayudaba, incapaz como era hasta de andar, de levantarse de la cama o del retrete solo.

Al principio había tenido cierta gracia: «Unos que vienen y otros que se van», les dijo el día del nacimiento de una nieta, y otro día, durante el almuerzo: «Pasadme la crema de queso», y acto seguido, impasible: «Eso será lo único que eche de menos». Pero entonces se convirtió en una obsesión: «¿Por qué no me ayudáis?», les decía a los hijos, diez veces al día y cien veces más, pero ¿y si semejante intromisión estuviera mal? ¿acaso no tienen estos últimos días valor alguno?

En silencio, los fue consumiendo: «Esto ya no tiene gracia», le dijo a uno de los hijos, que le ayudaba a renquear escaleras abajo, y el hijo, sabiendo muy bien a lo que se refería, aterrado de escuchar aquello a lo que se refería, tuvo que preguntarle «¿Qué?», de modo que el viejo, la incisión de la biopsia aún le resaltaba entre el rastrojo de pelo en uno de los laterales del cráneo, consiguió mirarle a los ojos y decirle, poco menos que en tono recriminatorio: «La muerte, morir. Ya sabes.»

Para entonces también ellos sabían que tarde o temprano habría que ceder, y temprano pasó y ya sólo quedó tarde, afásico, delirando en la noche, así que se reunieron y tomaron una decisión, y aunque la hija, aferrada a esperanzas ya perdidas, tuvo miedo, se decidieron a ayudarle, y el viejo, cuando se lo comunicaron, dijo: «Ya era hora, por fin». Y acto seguido, a su hija: «No tengas miedo».

El día señalado, el viejo vuelve a bromear. Tras engullir un puñado de pastillas, dice: «Sé que me revolverán las tripas». Y lo único que les pregunta es cómo va a ser. «Te dormirás», le dicen, y él responde: «Magnífico. Hace semanas que no duermo.» Y luego, otra vez: «Magnífico». Y entonces, serio, secos los ojos, a su familia que llora: «Pero no me digáis cuándo».

C. K. Williams, "When"

#C_K_Williams, When

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