Con qué llama
limpia y suave
ardes en mi centro,
¡leño seco!
Me das calor
y estremeces mi rutina,
¡leño seco!
Tú das a luz
mi humilde poesía,
yo solo pongo en ti
la caricia y la semilla.
Me das además tibio silencio
para dejar que acontezca
ese milagro
para el cual
hombre y mujer estamos hechos.
A nada podemos llamar nuestro,
pues todo es don y presencia
regalados
por el fulgor de tanta estrella
que nos nace desde dentro.