En la sala estaba Juan, José, Pedro y Ana y ninguno se atrevía a pensar lo que ya para todos era una realidad, era jueves y el sol se ocultaba mientras Ana susurraba al viento una canción que le había escuchado esa misma mañana a su mama, cuando de repente en un tono apabullante pedro le increpo a José no haber apreciado que la tormenta era una falsa alarma, Juan intervino en la pelea y cuando voltio a mirar hacia su espalda vio que Ana saltaba desde la ventana. Luego de su entierro ellos pasaron su culpa trabajando en la hacienda de Juan quien nunca supo porque no los llevo al museo a ver las maravillas que les aguardaba su propia alma.