Cruza el azul firmamento,
sobre cenicienta nube
vago suspiro del viento,
preludio del huracán.
Y en los pardos botareles
susurra el musgo colgado,
y los negros capiteles
en torno velando están;
esqueletos descarnados,
monumentos carcomidos,
sobre los aires lanzados,
corona del fundador:
á través de cuyos ojos
los bravíos aquilones
arrastran cien nubarones
de ceniciento color.
Á la voz de la campana
que espira en el aire vano,
en la calada ventana
se oyen los vidrios crujir:
y las góticas labores,
entre las sombras vibrando,
mezclan confusos colores
en tembloroso lucir:
y en la sombría capilla,
de la bóveda colgada,
tibia lámpara amarilla
arroja espirante luz:
y su claridad perdida
se refleja en los altares,
tiembla en los anchos pilares,
da movimiento á la cruz.
Y el ojo imbécil del hombre
acaso al verla soñara
vagos fantasmas sin nombre
cruzando en la oscuridad;
Como en noche perezosa
brilla en el monte una hoguera,
y vibra la azul esfera
á la roja claridad.
Al pie del altar calado
entre las sombras perdida,
como en féretro enlutado
quedó olvidada una flor;
una muger que murmura
una plegaria medrosa;
ostenta mas su hermosura
en la mejilla el dolor.
—
Se oyó en la concava nave
acelerado rumor
de algun que fatigado
en las tinieblas cruzó.
A poco un hombre de Oriente,
como flotante vapor,
al pie del altar calado
irreverente llegó.
Lanzó la muger un grito,
y el musulman de furor
lanzó también un bramido
que en las bóvedas rodó.
Y entre la suelta melena
de la Virgen del Señor
mano sacrílega puso
y en la alfombra la arrastró.
“Yo te compré, Nazarena,
esclava para mi Harem,
y has de vivir con tu pena
con mis mugeres tambien.
“Toda una noche he corrido
desde Sevilla hasta aqu
y juro al Dios que he servido
que no he de volver sin tí.”
Calló el moro, y de la lluvia
el compasado rumor
sobre los pintados vidrios
en la capilla se oyó.
Se oyó el silbido del viento,
y el amarillo fulgor
del repentino relámpago
por los cristales miró.
Y se oyó girar violenta
al soplo del aquilon
la veleta rechinando
sobre el agudo punzon.
Y la solitaria lámpara
en el aire se meció,
la ya moribunda llama
azotando en derredor,
y como en el mar tranquilo
ligero monstruo se hundió
dejando en la superficie
un círculo vibrador;
así de la luz incierta
la claridad espiró,
y alzóse del Musulman
en las tinieblas la voz,
“—Que caiga en ti del profeta
la execrable maldicion.
—
Nació la siguiente aurora,
derramó su lumbre el Sol,
y el gótico monasterio
sus capiteles alzó
carcomidos por el tiempo,
de cenagoso color.
Dos caballeros cristianos
al pie de tosco peñón
recibían á una dama
que imploraba su favor,
y en la llanura á lo lejos
con ellos despareció.—
Entanto que un pasagero
postrado en un escalón
de la ruinosa capilla,
al acabar su oracion,
vió pálido y abatido,
la mejilla sin color
un musulman abismado
en honda meditacion.