San Juan murmurante, que corres ligero
llevando tus ondas en grato vaivén,
tus ondas de plata que bate y sacude
moviendo sus remos con gran rapidez,
(monstruoso cetáceo que nada a flor de agua)
la lancha atestada de pipas de miel:
San Juan, ¡cuántas veces parado en tu puente
al rayo de luna que empieza a nacer,
y al soplo amoroso de brisas fugaces
frescura he pedido, que halague mi sien!
Entonces un aura, la más apacible
que en ondas marinas se sabe mecer,
que empapa sus alas en ámbar suave,
y a aquel que la implora le besa fiel,
haciendo en las olas que mansas voltean,
un pliegue de espuma, deshecho después,
llegaba a mis voces, cercábame en torno,
bañando mi frente de calma y placer:
y yo silencioso y a par sonriendo,
a Dios daba gracias del hálito aquél,
del beso del aura que casi es tan dulce
como es el de amores que da una mujer.
Mas siempre que pongo, San Juan murmurante,
el codo en el puente, la mano en la sien,
y siempre que miro los rayos de luna
que van con tus ondas jugando tal vez,
cavilo que fuiste, cavilo lo que eres:
y allá en las edades que están por nacer,
medito si acaso serás este río
que surca la industria con tanto batel,
o acaso un arroyo sin nombre, sin linfa,
que al pie de un peñasco, sin ser menester,
estéril filtrando, te juzgue el que pase
vil hijo de un monte sin nombre también.
que al paso que llevan los varios sucesos
que nunca atrás vuelven el rápido pie,
no extrañan los ojos ver llanos mañana
los cerros cargados de quintas ayer.
Asáltame a veces algún pensamiento
que el seno me oprime, y el débil poder
del ánimo triste, ni basta a templarle,
ni estorba tampoco que hiera cruel.
Amante ardoroso del arte divino
que esparce los rayos del claro saber,
sectario constante de todas ideas
que al lento progreso le suelten el pie,
desnudo de fuerza, privado de apoyo,
engasto en la rima, que sabe correr,
los gritos, los ecos de hermosa cultura
que atajen los males y tiendan al bien.
Mas ¡ay! ¡manso río! que van mis canciones
como esas tus ondas, que en dulce lamer
las unas tras otras tus márgenes corren,
y allá en la bahía se pierden después.
Y no me conceden los mudos destinos
la gloria profunda y el hondo placer
de verte ¡oh, Matanzas! ciudad adorada
que en dobles corrientes el rostro te ves,
colmada de fuerzas, colmada de industria,
feliz acogiendo, sin agrio desdén,
las artes hermosas que vagas mendigan,
y al vicio dedican su triste niñez.
Con todo, yo espero (porque es la esperanza
la amiga que el vate no puede perder)
que vean mis ojos un alba siquiera,
si un sol de cultura mis ojos no ven.
Si no, ¿de qué sirven, San Juan apacible,
tus aguas que brillan en manso correr,
tus botes pintados de rojo y de negro,
que atracan airosos a tanto almacén,
y el canto compuesto de duros sonidos
de esclavos lancheros que bogan en pie,
y alzando y bajando las palas enormes
dividen y azotan tus ondas de muer?