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José Fornaris

Cantos del Siboney

Introducción
 
Facit indignatio versum!
 
Jamás ceñir imaginé mi frente,
al cantar a la raza siboneya,
con pindárico lauro. Otros alcancen
el triunfo en tan terrífica epopeya.
 
Me inspira solo el lamentar profundo
de los míseros mártires. Cubana
como el rudo salvaje de mis ríos,
clavome sin cesar desde la cuna
unos mismos puñales la fortuna,
y al llorar su dolor lloro los míos.
 
No pienso, no, ceñirme una corona
de olímpicos laureles inmortales:
bardo infelice de la ardiente zona,
llevo aquélla forjada con los hierros
que se riegan con lágrimas ardientes,
y con la sangre de rasgadas venas.
 
Es en Cuba la bella Poesía
virgen atada a poste ignominioso
por mano de la ruda tiranía.
Al vanidoso, opíparo magnate
celebre el bardo, y al potente Cesar
sanguinario en la Paz y en el combate;
mas no a la raza humilde que indefensa,
y sumergida en llanto,
cayó bajo los tercios españoles
de San Quintín, de Flandes y Lepanto.
 
El destino fatal nos llena adusto
de oprobios y pesares infinitos;
¿expiaremos acaso
de la indígena raza los delitos?
 
¿Sus delitos? ¡Jamás! Sin ambiciones
en sus campos bellísimos moraban,
y no como el caribe
la sangre de la víctima apuraban.
 
Ellos, ¡ay!, como el tímido cordero
que contento acaricia
la mano que la muerte le prepares,
y la lame amoroso con delicia,
así siempre ofrecieron generosos
a inflexibles y bravos opresores,
los frutos deliciosos
de sus verdes y fértiles florestas,
unidos a sus cantos y plegarias,
música y danzas, vítores y fiestas.
 
Pero nada contuvo al gran torrente
de la hueste tiránica, invasora,
y cual hoz cortadora
que siega la alta espiga y se complace
en arrasarla en flor, y más furioso
aun la simiente pródiga socava;
así la grey esclava
fue herida sin piedad. El flébil indio
de fina piel y cuerpo delicado
pide en vano perdón. Fue en lo profundo
por señor iracundo
en mortíferas minas sepultado.
 
Y si alguno valiente y justiciero
quiso romper la bárbara cadena,
un juez inexorable
a morir en las llamas lo condena.
 
A crímenes sin cuento
se lanzan las estúpidas falanges...
¡Todo lo inmolan, y lo absorben todo!
A los rebeldes con el hierro doman,
al débil con el látigo flagelan;
el seno hinchado de futuras madres
con puñal agudísimo desgarran;
con satánicas teas
incendian la morada venturosa;
lo que perdona el fulminante acero
el bronce con estruendo despedaza,
y se derrumba en una inmensa fosa
la aborigen raza,
y sobre tanta sangre y tanto escombro,
invocando a sus genios tutelares
erigen los soberbios vencedores
a su Dios y su Rey sacros altares.
 
Los manes de los mártires indianos
laméntanse en la noche silenciosa
del intrincado monte en la espesura,
demandando a su Cuba dolorosa
un recuerdo de amor y de ternura.
 
Conságrenle los años venideros .
memoria eterna en cántico divino;
yo en mi lira ignorada y quejumbrosa
siento y lloro su lúgubre destino.
 
Tal vez con duro ceño y voz severa
el opresor injusto condene mi cantor...
mas ¡vano empeño!
Nunca puede apagar el hondo grito
de la raza infeliz que cayó inerme,
en nombre de la Cruz, y sin sepulcro
en el silencio y el olvido duerme.
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