Los valentones convinieron el duelo después de provocarse mutuamente. El juglar, compañero del médico de feria, motivó la alteración irritándolos con sus agudezas.
Acudió la multitud encrespada del barrio de la horca y las mujeres se dividieron en facciones, celebrando a voz en grito el denuedo de cada rival.
La cáfila bulliciosa recibía alegremente en su seno al verdugo y le dirigía apodos familiares. Los maleantes vivían y sucumbían sin rencor.
Yo estudiaba la anatomía bajo la autoridad de Vesalio y me encaminaba a aquel sitio a descolgar los cadáveres mostrencos. El maestro insistía en las lecciones de la experiencia y me alejaba de escribir disertaciones y argumentos en latín.
Uno de los adversarios, de origen desconocido, pereció en el duelo. El registro de ninguna parroquia daba cuenta de su nacimiento ni de su nombre.
Fue depositado en una celda del osario y yo la señalé para satisfacer más tarde mis propósitos de estudioso. Nadie podía solicitar las reliquias deplorables, con el fin de sepultarlas afectuosamente. Yo no salgo de la perplejidad al recordar el hallazgo de dos esqueletos en vez del cuerpo lacerado.
#EscritoresVenezolanos (1929) El cielo de esmalte