Un ave espectral, imagen de la pesadumbre y del sacrificio, volaba entre el humo y el ámbar de noviembre. Yo me perdía en la contemplación del vuelo monótono.
Los hábitos indolentes, la afición al ensueño, impedían mi rescate de la miseria. Yo me escondía en la maleza de un río palustre.
Una beldad seráfica aparecía a interrumpir mi desidia y me señalaba el camino del océano. Yo me aventuraba a recoger unas hierbas salobres y, pensando en el atavío de su persona, las despojaba de sus flores de marfil, emitidas súbitamente en el día más prolijo del año.
Yo asistí de lejos a la fiesta de sus bodas, perdido en la muchedumbre de los descalzos. La doncella clemente vestía de luto y las luces de la basílica, una joya italiana, la rodeaban de un aura mortecina. Había nacido para el embeleso de un amor ideal.
Pasó brevemente de esta vida. Su caballo la derribó por tierra, al emprender un viaje fortuito.
Yo penetré en la sala de su vivienda, la semana misma del llanto. Los deudos solemnes preguntaban el linaje de sus flores de marfil, reunidas sobre un cojín de terciopelo. No alcanzaban a comprender su origen de un mundo invisible.
#EscritoresVenezolanos (1929) El cielo de esmalte