Silvio resiste difícilmente el ingenio de Beatriz. Las burlas irritan al galán presumido.
El gótico sol de los vitrales prima la orla de una alegre nube, de forma alternativa.
Los follajes componen una oscuridad continua, a la hora de la tarde, en la ciudad blanca.
Beatriz contempla el río, suspensa ante el caudal transitorio y la figura idéntica.
El galán se aleja amenazando rivales imaginarios. Beatriz usa, para despedirlo, una cortesía juiciosa, abstinente.
La joven retorna, en presencia de una luna eclipsada, a los severos pensamientos de su tedio.
Las tinieblas incoercibles, de pies suaves, de carátula burlesca, soplan unas largas flautas de ébano o de plata.
Un ladrido brusco, originado en los claustros interiores de la tierra, consterna el bosque de laureles.