Reconozco mi linaje roto,
hijo bastardo del caldo amargo
donde amerindios y europeos
se fundieron en el crisol del saqueo:
mestizaje de inocencia mutilada,
esperanza que se disuelve en sangre,
y las manos que tocaban el futuro
se llenaron de huellas ajenas.
Soy la escoria que emerge del horno colonial,
donde almas perdidas, santas y malditas,
fermentaron mi carne mestiza,
ignorante, sudorosa,
mendigando versos franceses
mientras el eco inglés acariciaba mi ego
como un padre que nunca estuvo.
Mi sudor se derrama sobre las mesas
donde engordan barrigas ajenas,
y al morir, mis vísceras podridas
parirán balas amargas, venenosas,
para extinguir a los autómatas
que, como yo,
bailamos al ritmo de una tonada
que nunca nos reconoció.