Ignacio María de Acosta y Guerra (Íñigo)

Después del Huracán de 1846

   Velado el sol de Octubre de nubes denegridas,
Á Cuba amedrentada la niega su esplendor;
Las aves temerosas ocupan sus guaridas;
Los hombres se anonadan de pánico terror.
 
   El sobresalto llena los ámbitos del suelo
Que bañan procelosos los mares de Colón;
Y la tormenta horrible, mugiente sobre el cielo,
Anuncia á los cubanos la muerte y destrucción.
 
   Recuerdos pavorosos aumentan los temores,
Los tétricos indicios fomentan el afán;
Levantan á los cielos los tristes labradores
Suspiros y plegarias temiendo el huracán.
 
   Las ruinas espantosas que aun yacen apiñadas,
Del cataclismo horrendo terrífico padrón,
Detienen con su aspecto las ávidas miradas;
Aumentan el espanto que angustia el corazón.
 
   Piedad, señor! tu mano refrene los horrores
Del monstruo que sus alas pretende sacudir...
Detenga á tu mandato sus bárbaros furoroes...
¡No quieras nuestros campos de nuevo destrüir!
 
   Loa ayes dolorosos de tantos desgraciados
Que aun buscan entre ruinas los restos de su hogar,
Los árboles gigantes que miras destrozados,
Los restos de las naves que aun flotan en el mar,
 
   Detengan, Señor Santo, tu cólera irritada,
Acalmen de tu enojo la justa indignación:
Contempla ante tus plantas á Cuba prosternada
Pidiendo á tu clemencia piedad en su aflicción.
 
   En tí, Señor augusto, se funda su esperanza;
Á tí, que la atribulas, suplica con afán
Que tiendas en tu cielo el iris de bonanza,
Y alejes de sus playas, Señor, el huracán.
Préféré par...
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