Horacio Castillo

Epigrama

Yo, Eustacio, poeta de una ciudad de provincia,
nací, viví y morí como todos los hombres,
según ha sido escrito en este monumento
junto al cual te has detenido a orinar.
Si sabes leer, lee, pero no esperes nada extraordinario,
pues rehusé el destino de los grandes, no tanto
por falta de valor o espíritu de aventura
sino por una innata inclinación a la molicie
y ese malsano escepticismo propio del docto.
Porque fui docto, y si algo aprendí –más
de la vida que de los libros– fue a temer
lo inesperado y evitar, hasta donde es posible,
el mal que acecha al ambicioso.
Soporté todo lo que se puede soportar,
jactancias de la boca y la fuerza de los hechos,
la eterna rotación de causas y efectos
nefasta para un carácter hasta cierto punto pusilánime.
Simple entre los simples, cínico entre los cínicos,
respeté la precaria naturaleza humana,
sabiendo que sólo puede considerarse dichoso
el que logra apartar día a día la desgracia.
Sólo me precio de haber escrito algunos versos,
por los cuales mis conciudadanos me consagraron
este lugar apartado, cerca de una gruta
donde los muchachos vienen subrepticiamente a amar
y arrancan de tanto en tanto una letra de mi nombre.
Soy Eustacio, poeta de una ciudad de provincia:
nací y viví y morí como todos los hombres.
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