Cuando yo muera... –ha de llegarme el día
antes que a ti– al cerrar mis ojos yertos,
piensa que si aún hay vida entre los muertos,
te seguiré queriendo todavía.
En mi ansiedad suprema de agonía,
mis labios secos, torpes y entreabiertos,
aun sin calor, se moverán inciertos
por balbucear tu nombre, amada mía.
Ése será tu triunfo. En esa hora
tú, de mi vida absurda embrujadora,
sabrás, al fin, cuánto te amé y sufrí...
Y dirás: “A las otras mintió amores;
pero ninguna le causó dolores
de amor, porque no amaba sino a mí...”