José María Heredia

Atala

Desde que te miré, joven hermoso,
Sentado a par de la luciente hoguera,
Por mis venas corrió fuego dichoso,
Que no puedo explicar. ¡Quién a tu lado
Siempre vivir pudiera,
Y consolar tus males,
Y tu gozo partir! ¡Fuérame dado
Romper osada tu cadena dura,
Y en la profundidad de los desiertos
Gozar contigo sin igual ventura!
Mas ¡ay! no la gozara, que al mirarte
Me siento estremecer: quédanse yertos
Mis miembros todos, y azorado late
Mi corazón en el ansioso pecho.
¡Cuán extraña es mi suerte!
En tu presencia tiemblo y si te partes
Ansío, me agito por volver a verte.
 
               Al punto que te miro,
           Gallardo prisionero
           Huir de tu vista quiero,
           Y no te puedo huir.
 
               Con languidez suspiro
           Al verte que suspiras,
           Y lánguido me miras,
               Y pienso yo morir.
 
Ayer tarde le vi junto a la fuente
A mi lado correr: temblé, y ardiente
Estrechando mi mano, asi me dijo:
«Desde que te miré la vez primera,
El sueño huyó de mis ardientes ojos.
La memoria feliz de tu hermosura
En mi pecho se iguala
Con la memoria dulce y lisonjera
De la cabana en que nací... ¡Oh Atala!
Mal puede responder a tus amores
Un corazón que aguarda los horrores
Del suplicio fatal...»
                                   ¡Cielos! mi amado
Sin mí perecerá... Salvarle es fuerza,
Y en su fuga seguirle...
¿Qué han menester los hijos de los bosques
Para vivir? En su follaje verde
Felice techo nos dará la encina.
Saldrá el brillante sol, y a par sentados
Al margen de torrente bullicioso,
Veremos con placer su luz divina.
O a la sombra de un álamo frondoso,
Los dos triscando en deliciosa fiesta,
Miraremos pasar la ardiente siesta,
Y él me dirá palabras misteriosas,
Y yo responderé con tierno acento:
«¡Oh Chactas! ¡oh mi amor! Tu bello rostro
Es más grato de Átala al blando pecho
Que la sombra del bosque a medio día,
O los silbidos del furioso viento,
Cuando sacuden la cabaña mía
En medio de la noche silenciosa».
Así diré: me estrecharán sus brazos,
Me llamará su esposa;
Y escuchará el desierto mis amores,
Y alegres repitiendo el canto mío,
Chactas y Atala volverá la selva,
Chactas y Atala el resonante río.
 
¡Oh placer sin igual!... Pero mi madre.
¡Oh memoria de horror! ¡Funesto lazo!
¡Oh temerario voto detestable!
¡Ay! la sombra implacable
De mi madre infeliz doquier me sigue,
Y en pavorosa voz me anuncia muerte.
Yo no la temo, no: venga, termine
El horor de mi suerte.
Evíteme ¡ay! el bárbaro martirio
De adorar a Chactas, y abandonarle.
¡Abandonarle! ¡oh Dios! El blanco lirio
Cuando con majestad sobre su tallo
Mécele fácil apacible brisa,
No es más gallardo y bello que mi amante.
El olor de la rosa
Es menos grato al corazón de Atala
Que de su boca el encendido aliento.
¿Y le habré de olvidar?... Vuela el colibrí
De un bosque al otro, y su pequeña esposa
Parte rauda tras él... ¡Mi suerte impía
Volar me niega tras la prenda mía!...

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