¿A quién doy realidad
cuando bajo de noche la escalera
y veo al impasible caballero
—con su ojo gris de estaño—
esperando, acechando?
Y hasta pudiera ser irreal,
el polvillo de unos zapatos,
al día siguiente, es siempre la única huella.
Pero entra ya en mi casa
—hombre o deidad—
que ahí están mis poemas, listos al fin,
y esperan.