Heberto Padilla
Los viejos poetas, los viejos maestros realmente
     duchos en el terror de nuestra época, se han puesto
     todos a morir.
Yo sobrevivo, lo que pudiera calificarse de milagro,
     entre los jóvenes.
Examino los documentos:
     los mapas, la escalada, las rampas de lanzamiento,
     las sombrillas nucleares, la Ley del valor,
     la sucia guerra de Viet Nam.
Yo asisto a los congresos del tercer mundo y firmo
     manifiestos y mi mesa está llena de cartas y
     telegramas y periódicos;
     pero mi secreta y casi desesperante obsesión
     es encontrar a un hombre,
     a un niño,
     a una mujer
     capaces de afrontar este siglo
con la cabeza a salvo, con un juego sin riesgos
o un parto, por lo menos, sin dolor.
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