The funeral, by Francisco Oller
Nicolás Guillén

Velorio de Papá Montero

Quemaste la madrugada
con fuego de tu guitarra:
zumo de caña en la jícara
de tu carne prieta y viva,
bajo luna muerta y blanca.
 
     El son te salió redondo
y mulato, como un níspero
Bebedor de trago largo,
garguero de hoja de lata,
en mar de ron barco suelto,
jinete de la cumbancha:
¡qué vas a hacer con la noche,
si ya no podrás tomártela,
ni que vena te dará
la sangre que te hace falta,
si se te fue por el caño
negro de la puñalada!
 
     ¡Ahora sí que te rompieron,
Papá Montero!
 
     En el solar te esperaban,
pero te trajeron muerto;
fue bronca de jaladera,
pero te trajeron muerto;
dicen que él era tu ecobio,
pero te trajeron muerto;
el hierro no apareció,
pero te trajeron muerto.
 
     Ya se acabó Baldomero:
¡zumba, canalla y rumbero!
 
     Sólo dos velas están
quemando un poco de sombra;
para tu pequeña muerte
con esas dos velas sobra.
Y aún te alumbran, más que velas,
la camisa colorada
que iluminó tus canciones,
la prieta sal de tus sones,
y tu melena planchada.
 
     ¡Ahora sí que te rompieron,
Papá Montero!
 
    Hoy amaneció la luna
en el patio de mi casa;
de filo cayó en la tierra,
y allí se quedó clavada,
los muchachos la cogieron
para lavarle la cara,
y yo la traje esta noche,
y te la puse de almohada.
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¿Qué vamos a hacer nosotros con la noche sin los sones de esa fogata hospitalaria que era tu guitarra, Papá Montero? Mano artera y cobarde te causó "pequeña muerte". Anónima puñalada regó tu sangre espirituosa por la tierra y un olor agradable de ron bien destilado aromó los caminos anunciando la desgracia de noches fururas sin el conjuro de tus arpegios. ¿Acaso era tu son políticamente incorrecto como el de José Ramón Cantaliso? ¿Qué mal hacías colmando la madrugada de cumbancha? ¡Ahora sí que nos rompieron Papá Montero! ¡Nos lleva la tristeza! Bien ganada tienes la luna reluciente en tu almohada y esta insuperable elegía de Nicolás Guillén que irá cantando por Comala, por Macondo y por todos los pueblos el buen Francisco El Hombre, anunciando como heraldo clandestino esta desgracia, contraviniendo el inútil edicto del "patriarca" que ha ordenado callar.

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