Sola, sobre su ola de parado coral,
Antillilandia vive,
esperando el trompetazo del Juicio Inicial.
Casa de vecindad, patio del Mar Caribe,
donde los inquilinos se juntan
bajo la luna, para charlar de sus cosas;
donde hay ya negros que preguntan
y mujeres que asesinaron sus mariposas.
Onda negribermeja
de obreros de agria ceja
y niños con la cara vieja,
heridos por el ojo fijo del policía.
Tierra donde la sangre ensucia el día
y hay pies en detenida velocidad de salto
y gargantas de queja y no de grito
y gargantas de grito y no de queja
y voces de cañaverales en alto
y lo que se dice y no está escrito
y todo lo demás que ya sabemos
a medida que andemos.
Casa de vecindad, patio del Mar Caribe,
con mi guitarra de áspero son,
aquí estoy, para ver si me saco del pecho
una canción.
Una canción de sueño desatado,
una simple canción de muerte y vida
con que saludar el futuro ensangrentado,
rojo como las sábanas, como los muslos,
como el lecho
de una mujer recién parida.