Échenle agua a los muertos, a todos
los muertos échenles agua, a todo
entero el muerterío agua fresca échenle,
agua madre
para que salgan
como orquídeas o
como mariposas al otro lado
de las estrellas, más
allá de la maleza
de la irrealidad, a ver
si lo de la resurrección era por último
resurrección o el loco
no era Artaud sino el Mismísimo
al que llaman Dios.
—Cállate,
cuerpo, ciérrate
en tu cerrazón, atente
a lo tuyo: lo que más
te será escasez en la asfixia grande
que ya está ahí será el agua
ese viernes sigiloso: el agua,
no el aire sino el agua,
el agua, agua, agua que ya no hablará el arrullo
del origen, ni
te lavará, ni te besará, ni
adentro ni afuera, seca
de sí, vacía
de haber sido, ella
que fue más madre que tu madre cuando la amniosis,
y antes,
todavía antes.
Del pez en fin
ochenta veces nadie que fuiste, quedarán
3 espinas: la
esquiza de pensar, la
sangrienta de amar,
la venenosa de haber nacido.