Cuando me tiendo en la playa
boca arriba,
en estas noches tan hondas
y tan íntimas,
noches de claras, diáfanas
maravillas,
tan evidentes, tan nuevas,
tan antiguas,
la inmensidad se me abre
sin orillas,
sin linderos y sin márgenes,
infinita.
Y qué ansias de hacer cándida
mi vida
para que Dios la contemple
desde arriba.
Qué hermosura. Niño astrónomo.
(Yo tenía
nueve años y estudiaba
de puntillas
torciéndome en el balcón
cosmografía:
Sirio, Antares, Betelgeuse...)
¡Ay, qué líricas
las estrellas, qué profundas
y qué limpias.
Y ver lo que hay más allá,
más arriba,
más detrás de las más altas,
más encima.
Sí, cómo todas me llaman
y me miran.
Parece que dicen: sube,
date prisa.
Cómo se abre el horizonte
y se amplifica
como la onda de la piedra
centrífuga.
Cómo crece el corazón,
cómo rima
con los astros y los ángeles
y palpita
olvidado de la muerte
y de la vida
... cuando me tiendo en la playa
boca arriba.
De Iniciales