Ya tumbó el viento extranjero
los costados de mi casa.
Llegó como la marca
manchado y fétido de algas
y ya encontró y aventó
el pino de Alepo de mi gracia.
Meza las casas de los hombres
donde ve una luz dorada
*
que baña y calienta a un niño
y a una mujer con plegaria.
El vagabundo no sabe
ni su raza ni su entraña (2)
Entra huyendo, rasa los muros,
hondea mano os de caña.
Traen astillas, polvo y sangre,
sus piernas amoratadas,
hipa y se tuerce beodo,
quiere hablar y no alcanza palabras. (3)
Puja en las puertas inocentes
y salta en onza las terrazas.
Mi pino de Alepo no tiene
ya ni noche ni mañana,
gloria de estío no lleva
ni su sombra embalsamada.
El ladrón de la tierra alta
muerda la Puerta, abra y despoje,
huronee en los cimientos,
y demórese en el arca,
beba el agua que él bebía,
quiebre mis ojos que lo miraban,
dance en el abra de nuestra dicha
y huya injuriando su carga
y deje roto como la cobra
mi camino de mañana.
Yo no quiero abrir los ojos
y reaprenderme esta casa
ni recibir la luz nueva
sin mi amor resucitado.
Quiero dormir del sueño grande
que duermen las piedras lajas
y quiero en la Eternidad,
con tierra y memorias anuladas,
sin el tiempo que me apure
y sin viento que lo abata,
ver subir mi pino de Alepo,
íntegro y verde rama a rama,
verlo subir del Oriente,
del Norte o sólo de mi alma
y que sus brazos me reconozcan
y que su ruedo me haga la Patria.