Yo dije: “ahora a que la pobre Madre Tierra.
Ella robó su rostro, ella ofendió sus manos,
ella cubrió su voz para que no llame nunca”.
Una voz dijo: “Vive para aprender la muerte”.
Con sólo que camines te la irás encontrando.
Puedes llamarla al alba, susurrarle en la noche.
Cruz que encuentras y cae en tu más hondo sueño
que desciende por ti, asistida de su Ángel
y que cuando despiertas feliz fue que la viste.
—Calla, no digas más; tú eres el ángel negro (2).
Vives de hacer morir antes de mirarnos.
Te he visto, y sé tu nombre, solo no sé tu rostro.
Ella vive, ella vive, ella llega llamada
y también sin llamado: ella Es, tú no eres,
engendro sin amor y de ninguno amado.
Ella amó, todo amó: el niño, al día nuevo
el mar, al dulce río
al Valle y sus montañas.
Ella fue y ella es en sus viejas montañas
y yo la tengo y ella me tiene y nos tenemos
por gracia del fervor que Dios puso en su pecho
y gracia de aguardar que ella puso en el mío.
Ven, ven, ven, ya es la hora
en que la Tierra no rebaja ni juega
ya te sabes las tierras extrañas que no viste.
En todas nos hallarnos sin más que recordarnos.
Dame en este crepúsculo la seña acostumbrada
graciosa y pequeñita y no me digas nada.
Mi día ha sido el mismo.