Gabriela Mistral

Bío-Bío

—Paremos que hay novedad.
¡Mira, mira el Bío-Bío!
 
—¡Ah! mama, párate, loca,
para, que nunca lo he visto.
¿Y para dónde es que va?
No para y habla bajito,
y no me asusta como el mar
y tiene nombre bonito.
 
—¡No te acerques tanto, no!
Échate aquí, loco mío,
y óyelo no más.
Podemos quedar con él
una semana si quieres,
si no me asustas así.
 
—¿Cómo dices que se llama?
Repite el nombre bonito.
 
—Bío-Bío, Bío-Bío,
qué dulce que lo llamaron
por quererle nuestros indios.
 
—Mama, ¿por qué no me dejas
aquí, por si habla conmigo?
El casi habla. Si tú paras
y si me dejas contigo,
yo sabré lo que nos dice,
por si se me vuelve amigo.
¡Qué de malo va a pasarme,
Mama! Corre tan tranquilo.
 
—No, no chiquito, él ahoga,
a veces gente y ganados.
Óyelo, sí, todo el día,
loquito mío, antojero.
 
Yo no quiero que me atajen
sin que vea el río lento
que cuchichea dos sílabas
como quien fía secreto.
Dice Bío-Bío, y dícelo
en dos estremecimientos.
Me he de tender a beberlo
hasta que corra en mis tuétanos.
 
Poco lo tuve de viva;
ahora lo recupero
la eterna canción de cuna
abajada a balbuceo.
Agua mayor de nosotros,
red en que nos envolvemos,
nos bautizas como Juan,
y nos llevas sobre el pecho.
 
Lava y lava piedrecillas,
cabra herida, puma enfermo.
Así Dios “dice” y responde,
a puro estremecimiento,
con suspiro susurrado
que no le levanta el pecho.
Y así los tres le miramos,
quedados como sin tiempo,
hijos amantes que beben
el tu pasar sempiterno.
Y así te oímos los tres,
tirados en pastos crespos
y en arenillas que sumen
pies de niño y pies de ciervo.
 
No sabemos irnos, ¡no!
cogidos de tu silencio
de Ángel Rafael que pasa
y resta y dura asistiendo,
grave y dulce, dulce y grave,
porque es que bebe un sediento...
 
Dale de beber tu sorbo
al indio y le vas diciendo
el secreto de durar
así, quedándose y yéndose,
y en tu siseo prométele
desagravio, amor y huertos.
 
Ya el Tolomí te vadea,
a braceadas de foquero;
los ojos del niño buscan
el puente que mata el miedo,
y yo pasaré sin pies
y sin barcaza de remos,
porque más me vale, ¡sí!
el alma que valió el cuerpo.
 
Bío-Bío, espaldas anchas,
con hablas de Abel pequeño:
corres tierno, gris y blando
por tierra que es duro reino.
Tal vez, estás, según Cristo,
en la tierra y en los cielos,
y volvemos a encontrarte
para beberte de nuevo...
 
—Dime tú que has visto cosas
¿hay otro más grande y lindo?
 
—No lo hay en tierra chilena,
pero hay unos que no he dicho,
hay más lejos unos lagos
que acompañan sin decirlo
y hacia ellos vamos llegando
y ya pronto llegaremos.
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