Gabriela Mistral

Araucarias

Doce son de todo tiempo
las madres-araucarias.
Cada leñador que cruza
quiere tumbar la parvada,
y halla que de la primera
mañana a la tarde canta
y hierve y bulle esta ronda
y nunca su canto para,
y las doce duran íntegras
por la gracia amadrinadas.
Cuando Dios repartió dones
y exhaló de sí la Gracia
y lento la fue exhalando
sobre el tendal de las plantas,
dicen que Él hizo a la última
la más feliz de las dádivas
y la última de todas
fue nuestra Madre Araucaria.
 
Desde entonces hasta hoy,
los cuatro vientos proclaman
a todo el que va cruzando
que en el País de Extremo,
en lonja apenas montada,
vive la Madre y Señora
y Patrona Araucaria.
 
—A ver si nos acostamos
y dormimos siesta mansa
si ella nos regala el sueño
de Jacob y la Agraciada
bajo la mirada fija
de Madraza Araucaria.
 
—Niño, no sé si son veras
o no son las que te cuento,
pero yo le creo más
a gañán que a faroleros.
 
Tiene Juan casa tan triste
que sueña y cree en sus sueños
y cuentos crea dormido
y cuentos también, despierto.
 
—Mama, todo lo que vos
estás contando es un cuento?
 
—A veces son grandes veras
y otras, humos frioleros.
 
—Dame, entonces, de los dos;
pero dime si eso es cuento.
 
—Sigamos, el niño mío,
con el pino-sube-cielos
acordándote de que él
inventa y regala sueños.
¿A qué trocar por licores
el falerno que te dieron,
si el corazón, que es tu vino,
arde dentro de tu pecho?
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