Fran Gonzalez

Donde Arde el Tiempo

No hables de los años,
no los pongas entre nosotros
como muros que nadie construyó.
El tiempo es solo un perro dormido
y yo he venido a despertarlo,
a enseñarle que también se puede correr hacia atrás.
 
Mírame.
No soy la luz que dejaste atrás,
ni la sombra que temes proyectar.
Soy el filo de esta noche
donde los relojes se quiebran
y la edad se vuelve un idioma sin voz.
 
Tú, con tus dudas de hombre herido,
con tu piel curtida de huidas,
con tus manos que se niegan
a tomar lo que ya les pertenece.
Yo, con la fiebre en los labios,
con la risa que aún no ha sido domada,
con el cuerpo abierto al vértigo
de lo que no tiene nombre.
 
Y dices que no puede ser,
pero aquí estamos.
Si el mundo es un barco que zozobra,
si la vida es solo un juego amañado,
¿qué más da lo que dicten los hombres
cuando la noche se cierra
y solo quedamos nosotros dos?
 
Ven,
salta al incendio.
No hay edades en el fuego,
ni leyes en el viento.
Solo el latido ciego de lo que arde,
de lo que nunca debió,
pero lo hizo.

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