Hay un temblor que no se nombra,
una brisa que no ha rozado aún la piel,
pero existe.
Tú y yo,
donde los relojes no coinciden
y las biografías no se saludan,
hemos olvidado cómo empieza el fuego
y sin embargo—
arde.
No hablamos,
porque las palabras son un ruido innecesario
cuando dos ausencias se reconocen.
¿Quién trazó esta línea—
delgada, absurda, inevitable—
entre el ahora y el quizás?
Me miras desde tu mañana,
yo te escucho desde mi tarde.
Y algo callado,
algo que no es deseo pero se le parece,
ocupa el espacio entre nuestras distancias.
¿Es amor?
Tal vez solo un espejismo honesto,
o un juego del tiempo
para recordarnos que aún somos capaces
de no entenderlo todo
y seguir.