Despeñado un torrente
de un encumbrado cerro,
caía en una peña,
y atronaba el recinto con su estruendo.
Seguido de ladrones
un triste pasajero,
despreciando el ruido,
atravesó el raudal sin desaliento;
que es común en los hombres
poseídos del miedo,
para salvar la vida,
exponerla tal vez a mayor riesgo.
Llegaron los bandidos,
practicaron lo mismo
que antes el caminante,
y fueron en su alcance y seguimiento.
Encontró el miserable
de allí a muy poco trecho
un río caudaloso,
que corría apacible y con silencio.
Con tan buenas señales,
y el próspero suceso
del raudal bullicioso,
determinó vadearle sin recelo;
mas apenas dio un paso,
pagó su desacuerdo,
quedando sepultado
en las aleves aguas sin remedio.
Temamos los peligros
de designios secretos;
que el ruidoso aparato,
si no se desvanece, anuncia el riesgo.