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La señorita del abanico, va por el puente del fresco río. Los caballeros
A Laurita, amiga de mi hermana La luna está muerta, muerta; pero resucita en la primavera. Cuando en la frente de los chopos se rice el viento del sur.
La guitarra, hace llorar a los sueños. El sollozo de las almas perdidas, se escapa por su boca
Por la calleja vienen extraños unicornios. ¿De qué campo, de qué bosque mitológico? Más cerca,
Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas, pero mi senda se pierde en el alma de la niebla. La luz me troncha las alas
Oye, hijo mío, el silencio. Es un silencio ondulado, un silencio, donde resbalan valles y ecos y que inclina las frentes
En la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria, relucen como los peces. Una dura luz de naipe
Rumor. Aunque no quede más que el rumor Aroma. Aunque no quede más que el aroma. Pero arranca de mí el recuerdo
La muerte entra y sale de la taberna. Pasan caballos negros y gente siniestra
Empieza el llanto de la guitarra. Se rompen las copas de la madrugada. Empieza el llanto
Cristo moreno pasa de lirio de Judea a clavel de España. ¡Miradlo por dónde viene!
De los cuatro muleros que van al campo, el de la mula torda, moreno y alto. De los cuatro muleros
Yo no quiero más que una mano; una mano herida, si es posible. Yo no quiero más que una mano aunque pase mil noches sin lecho. Sería un pálido lirio de cal.
Córdoba. Lejana y sola. Jaca negra, luna grande, y aceitunas en mi alforja. Aunque sepa los caminos