Curiosamente, se suelen abrir los ojos cuando llega la realidad de golpe, notando que las cosas no son como son y se está viviendo una realidad inerte. Un mundo casi onírico y utópico que se manifiesta entre la mente y el corazón, no permite ver el mundo como es y las personas como son; una realidad que nubla la vista hasta el punto de que no permite ver la luz, una cosa tan oscura que la absorbe y lo único que refleja es esa realidad convertida en nada, que se pierde y se desarma en los ojos y en el alma.