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Esteban Manuel de Villegas

Idilio III– Dafne y Dametas

                    1
   Viniéronse a juntar Dafne y Dametas,
pastor de cabras uno, otro vaquero,
mientras las unas pacen inquietas
y las otras el sol huyen severo,
cuales por las roturas más secretas
y cuales, al soplar cierzo ligero,
por las amenas sombras distraídas,
con paz gozadas, con piedad movidas.
 
                    2
Era robusto, sí, Dafne, y mancebo,
al ejercicio duro entonces dado.
Dametas mozo, pero no tan nuevo
en el oficio de guardar ganado.
Rigen cayados de taray y acebo,
y cada cual sombrero coronado
de acebuche y laurel, y al cabo dellos,
zurrones pardos sobre blancos cuellos.
 
                    3
La floja ociosidad, y el grave estío,
de la pesada siesta entonces grave,
el susurrar del Céfiro y el rio,
fresca la sombra, querellosa el ave,
la vacada extendida y el cabrio
aún no cansado del pacer süave,
en Dafne ocasionaron voz dispuesta,
y en Dametas después voz y respuesta.
 
DAFNE
                    4
“¿No ves, oh Polifemo, como tira
la blanca Galatea a tu ganado
con muestras de retozo, no de ira,
manzanas libres desde el mar salado?
Vuelve, gigante, pues, el rostro y mira
con cuánta desnudez, con cuánto agrado
del pecho de coral perlas derrama
y con su boca de cristal te llama.
 
                    5
Llárnate duro y amador grosero;
y tú, cantando al son de tu cicuta,
mísero no la ves; antes austero
huyes el cuerpo a la tirada fruta.
Sólo tu mastinillo lisonjero
la sigue juguetón, que se reputa
por digno del favor de Galatea,
y ella se lanza al mar, y ella rastrea.
 
                    6
Pero ya desde allá vuelve lozana,
Como el acanto en medio del estío,
cuando las verdes hojas engalana,
cuando al fin de arrebol purpura el brío.
Ella, pues, bien quisiera serte humana
sin darte a ConoCer su desvarío.
Que en las cosas de amor siempre acontece
que lo que no es hermoSo lo parece.
 
                    7
Respetos vence y honras destituye
sólo por conmover tu pecho duro,
y si otras veces tus halagos huye,
hoy les promete paces de seguro.
Postra pues esta vez, postra y destruye
las altiveces de su enhiesto muro,
que Amor al que se atreve da saetas.”
Pero escuchad al bárbaro en Dametas.
 
DAMETAS
 
                    8
“Vila, no hay duda, vila, cabrerizo,
sí, por el Pan que rige mi manada,
desde el instante que en mis cabras hizo
tiro burlón con fruta colorada,
y aunque su desnudez me satisfizo,
no por eso de mi será obligada.
Que la miré no hay duda, y con deseo,
sí, por el reluciente con que veo
 
                    9
sol de mi frente, que será en mis días
luz a mis pasos, lumbre a mi camino,
si ya no son verdad las profecías
del mísero Telemo el adivino,
que plegue al cielo que en sus canas frías
se vengue alodio del infausto sino,
y desmintiendo el juicio de Telemo,
ciegue a sus hijos, deje a Polifemo.
 
                    10
Soy, si me adviertes, cuerdo enamorado,
y en extremo sagaz, pues, porque sea
de su loca pasión más estimado,
desdén hago al amor de Galatea;
celos la doy, y finjo que el agrado
de Cénife me abrasa y espolea;
celebro su hermosura, y ella entonces
pierde el color y queda cual los bronces.
 
                    11
Otras veces rabiosa con los celos
sale del hondo mar, como la loba
que va desalentada a sus hijuelos
en busca del villano que los roba.
Luego mis hatos escudriña, ve los
negros rincones de mi parda alcoba;
y yo por más encarecer su yerro
hago al descuido que la ladre el perro.
 
                    12
Ella con esto se halla tan rendida
de la tierna pasión que Venus labra,
que ya esté vergonzosa, ya corrida,
agora cele, agora se desabra,
siempre busca mi amor de amor herida,
como el cabrito el paso de la cabra,
cuando en el monte con furor violento
oye la rama sacudida al viento.
 
                    13
Verás que ya el regalo, ya el mensaje,
me envía cuidadosa, a quien yo luego
cierro las puertas, dándole hospedaje,
si no a su amor, a la afición que niego.
Otras veces al fin digo a su paje
que, si pretende mejorar su fuego,
jure de darme por Neptuno y Doris
fin a mis gustos, gusto a mis amores,
 
                    14
y que en la siempre verde cabellera
désta que miras vega caudalosa
me mulla lecho conyugal siquiera,
pues hijo soy de dios, si ella es diosa.
Con esto parte el nuncio y se aligera,
aunque cual virgen la halla vergonzosa.
Rayo que Venus despeñó en mi seno,
bien sé que en ella sembrará veneno.
 
                    15
No soy tan fiero, no soy tan deforme
como dicen de mí los que me afean,
antes al buen dictamen soy conforme,
si las aguas del mar no lisonjean,
donde una siesta, cuando más enorme
el sol las dora y ellas lo platean,
pude mirarme bien, porque su espejo,
del rostro que me hurtó, sacó un reflejo.
 
                    16
Vime robusto en él, no femenino,
aunque robusto, por extremo hermoso,
erguido como el álamo y el pino,
y más que el ciervo corredor, brIoso,
pero del suelto, que a mis manos vino,
con que ayer era Céfiro ganchoso,
la de Zeusipo malcasada nuera,
gozó una espalda y la cabeza entera.
 
                    17
Vime este sol también, que es por Apolo
igual al que de luz nace en Oriente;
solo le tengo, porque aquél es solo,
y esto conviene al cielo de mi frente.
No peino crin, no cejas alcoholo,
pero de barba y crin hago un torrente,
que desgajado por espalda y pecho
con ser inmenso mar les vengo estrecho.
 
                    18
El blanco diente, que alimenta y cría
el elefante asiático y tardío,
negro parece más que noche umbría,
si llega a compararse con el mío;
y porque de Cotítaris sabía
una lición, que tengo a desvarío,
al mirarme tan plácido y sereno
luego tres veces me escupí en el seno.”
 
                    19
Esto apenas cantó Dametas, cuando
Dafne besó su faz, y él a su beso
respondió con abrazos, engendrando
amor en ellos, amoroso exceso;
y cual su flauta a cítara trocando
poco a poco se van del monte espeso,
con su vacada el uno al fresco río,
y el otro a su redil con su cabrío.

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