Enrique José Varona

Mirando adelante

Empezaré por dirigir un ruego a los que me leen. No concibo que hable al público una persona de mis años, como no sea para tocar algún punto importante. Su importancia, desde luego, no hace que sea siempre agradable; y como voy a tratar de algo poco grato para nosotros, comienzo por pedir benevolencia al lector.

Me parece notar que el cubano, en general, va siendo cada día menos estimado por los extraños que viven a nuestro lado. Varios sucesos de estos días ponen de relieve ese sentimiento, que ha culminado en la catástrofe de ayer. Hemos presenciado con espanto la muerte violenta de un policía, y las heridas inferidas a otro; por tratar de poner coto a los desplantes de un extranjero. Es decir, en cumplimiento de su deber.

Adviértase que el origen de la colisión es sólo el último eslabón, hasta ahora, de una larga cadena de hechos, ya grandes, ya pequeños que han redundado y redundan en desdoro nuestro.

Como todos los fenómenos sociales, puede éste a que me refiero, provenir de diversas causas; pero hay una en que nos fijamos poco y que, sin embargo, reviste importancia capital.

Hemos creído que nos bastaba haber adquirido el disfrute del poder político, para asegurar la preponderancia que debe poseer el nativo en todo país normalmente constituido. Error, y no pequeño que nace de olvidar la complejidad de la vida social.

Muy importante es la función de gobierno. Nadie lo discute. Pero hay otras funciones de importancia menos aparente, pero no menos real. Se gobierna y se administra, es decir, se atiende a dirigir las mil complejas relaciones de los ciudadanos; pero todo ciudadano es, por lo menos y por fuerza, consumidor de riqueza. Luego en el fondo está la suma de utilidades que cada país puede ofrecer al consumo público. Luego la producción de actividades, la creación de riquezas resulta tan importante, y es poco decir, como gobernar y administrar.

Nuestro error ha consistido precisamente en haber creído que con tomar en nuestras manos las riendas del gobierno, no necesitábamos preocuparnos tanto de quien producía en Cuba y de qué modo se producía, de quien traficaba y de qué modo, de quién distribuía el crédito y de qué modo.

Gobernar la república, administrar sus provincias y municipios, acrecentar de año en año sus presupuestos, multiplicar la cifra de los que viven a expensas del tesoro público; a ésto se ha dirigido lo mejor de nuestra actividad. Crece y crece el número de los empleados, de los subvencionados cubanos; pero no crece en igual proporción el número de los pequeños y medianos propietarios rurales, de los pequeños y medianos comerciantes cubanos. Nuestra tendencia es a vivir del presupuesto, no de la tierra.

Pues bien. Hay una verdad que domina todo este campo de la actividad social. De la tierra, del trabajo de la tierra, en todas sus ramificaciones, arranca y se nutre el presupuesto. Verdad trivial, desde luego. Pero hay más. El que abre las fuentes de donde se nutre el presupuesto, acaba, tarde o temprano, por ser el dueño del presupuesto. Entiendo que éste es un principio que continuamente debemos considerar, hasta penetrarnos de su gravedad. En fecha tan memorable como la que conmemora este periódico, nada mejor he creído que podría recordar. Hemos asegurado la independencia económica del cubano. Con ésta, y sólo con ésta, se afianza la otra. Y cuando se cimenta con sangre una obra, hay que poner además todos los medios para que perdure.

Mayo 14 de 1915
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