Ronco palpita el atabal, herido
por trepidante mano, y lo acompaña
monótono cantar de rima extraña,
en bárbaro dialecto no entendido.
Ebrio salta el etíope, vestido
con los colores del pendón de España,
y al pueblo espectador, con befa y saña,
lanza triunfante su brutal aullido.
¡Iberia! ¿a qué deidad maligna plugo
en execrable don darte con creces
hiel de madrastra y rabia de verdugo?
Cuando oprobiosa destrucción mereces,
¿A qué entregar tres razas a tu yugo,
si la que no exterminas, la envileces?