Soplaba un manso viento de aquel lado del mar...
La turba era una sola alma para escuchar.
Se concentraba todo en el vago sonido
Que venía de lejos... La tarde era tan pura
Y la emoción tan honda, que el alma hubiera oído
El vuelo de un celaje cruzando por la altura.
Sólo el mar prolongaba su angustioso tormento
Mientras la turba oía la palabra del viento.
Ciudad que vi una tarde y cuyo nombre ignoro;
Ciudad de vida unánime y silencios de oro;
Ciudad absorta y muda, ciudad cuyo sentido
Único es la insaciable codicia del oído;
Ciudad a quien la llama de crepúsculos rojos
No despierta una sola inquietud en los ojos;
Ciudad que nada mira, ciudad que nada atiende
Porque escucha y comprende...
Urbe de cuyos hombres, al pasar a su lado,
No podré decir nunca que me hubiesen mirado;
Vieja ciudad fantástica de quien decir no acierto
Si la crucé dormido o la soñé despierto...
¡He perdido tu rumbo! ¿Quién me dirá si existes,
Obsesión de mis horas infecundas y tristes?
¡Quién sabe si entre sueños te volveré a escuchar,
Oh viento que soplabas de aquel lado del mar!