Quema a solas—¡a solas!—el incienso
De tu santa inquietud, y sueña, y sube
Por la escala del sueño... Cada nube
Fue desde el mar hasta el azul inmenso.
Y guarda la mirada
Que divisaste en tu sendero—una
A manera de ráfaga de luna
Que filtraba el tamiz de la enramada—;
El perfume sutil de un misterioso
Atardecer; la voz cuyo sonido
Te murmuró mil cosas al oído;
El rojo luminoso
De una cumbre lejana;
La campana
Que daba al viento su gemido vago...
La vida debe ser como un gran lago
Cuajado al soplo de invernales brisas,
Que lleva en su blancura sin rumores
Las estelas de todas las sonrisas
Y los surcos de todos los dolores.
Toda emoción sentida,
En lo más hondo de tu ser impresa
Debe quedar, porque la ley es esa:
No turbar el silencio de la vida,
Y sosegadamente
Llorar, si hay que llorar, como la fuente
Escondida.