Amé a los animales y a los árboles,
y los hondos caminos de la tierra.
Estuve en amistad con el silencio
y conocí en la voz de la materia
el reclamo de Dios, y de la nada.
Cuando cerré los ojos de mis padres
sentí lo que sentía al enterrar,
para que dieran vida, unas semillas.
Los mejores amigos fueron míos,
y sé que una mujer va por el mundo
ya para siempre niña en mis palabras.
Me acompañó el amor en soledad
y regresé a mi hogar en la intemperie.
Un día me dijeron que jamás
podría decir esto, la sencilla
plenitud de vivir en la alegría.
Jamás, hasta esta noche en que lo escribo
como quien va a morir y permanece.