Emil Cerda

Las 27 luces de la Sociedad

“Me imagino... mejor cállate, maldita perra de las prosas. No me digas que te tenga respeto, sabes muy bien que prefieres Métrica a que Verso Libre. Pues no te dejaré libre para el verso, mientras mi miembro se va la trica de tu «¿me dejas?»

“Chupa mis espermas, compáralos con una alejandrina, ¿catorce no? Pues los míos serán quince, llámalos quinceaversos.

“¡¡Qué te quedes ahí, bendita y maldita!! Si colocas otro verso después de un punto final, creo que me vendré y haré un Haiku de tus gemidos.

“¡Mmmm! ¡¡Maldición!! Esto es demasiado, Poesía. Ponte de espaldas, ahora haremos la posición del realismo: «El pobre fraile de Santo Domingo, cabalgando en su potro, se detiene en medio del vasto andar; a tomar monedas de cheles ya perdidas en el antiguo lenguaje de lo obsoleto, posicionado debajo de una mata de mango... éstos se les caen en la parte zurda de su consciencia, déjandole entender que como los locos también piensan, así también los mangos saben saltar aun sabiendo a jugo. Vuelve y toma el camino rustico y calizo, bajando por las calles de la antigua Zona Colonial. Observando a algunas meretrices de la rúa Jose Reyes, intenta darle una “cariñosa” escena al tópico de hemoglobinas antes previsto:

“»—Se-Señorita buscona, ¿cuánto cobra? —dice, desde su corcel color sobriedad.

“»—Señor, depende —responde ella, tocando su himen a la vista de la continencia del Señor Pecado.

“»—¿Depende de qué, Señorita? —vuelve a preguntar, bajándose del ruano, sacando los cheles que se encontró a su salida.

“»—De cuánto posea su dignidad. Si en verdad posee poca, me llevará; pero si posee mucha, me cazará.

“»—Yo soy apolítico, ¿eso cuenta, Señorita? Solamente tengo dinero para un pleno pica pollo de los que cocina la Sra. Juana, y un par de cheles para conversar sobre el coito.

“»—Me iré con usted, pero con una condición.

“»—¿Cuál? —dijo, rascando su cabeza, denotando inseguridad tras la respuesta.

“»—De que bote (?) por mí, yo soy del partido SIDA.

“»—¿SIDA?

“»—Sí, Señor Pecado, del partido: Sácame Improvisadamente De Aquí —contestó, llorando al tiempo mismo».

“El Señor Pecado entendió que podemos comprar la pasión por el dinero, pero no vivir plenamente de ella, así como en este poema el puto escritor mezcló el Surrealismo con el Realismo. La chica, se fue con el Señor Pecado, éste le brindó de lo último en su vida: unas cuantas copas de sinceridad, y unas cuantas paredes de humildad. Él era de basta edad, no se le paraba el reloj, por ende, la Señorita buscó otra forma para complacerlos a ambos:

“Formó un partido, donde ella y él sean partidarios, sin tocarse, sino, muriendo eternamente”.

Esto va para ti, mi pequeño Juan Bosch, Pedro Mir, Duarte, Mella, Francisco, Orlando, Peña, Caamaño, Frank Cerda, Ureña, Concepción, María, y todos aquellos quienes contribuyeron a que el Señor Pecado, ya no se llamara así, sino Sociedad. Y por supuesto, a nosotros mismos, quienes modificamos de cierta manera la ap/ctitud de la Sociedad.

Te hice el amor, Poesía, desde mi Patria árida. Ahora te toca a ti decirme si soy postumista o no.

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